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Opinión: El romance de los medios con un John McCain inexistente

El senador John McCain (R-Arizona), en el Capitolio de Washington, el 11 de julio pasado (Jacquelyn Martin / Associated Press).

El senador John McCain (R-Arizona), en el Capitolio de Washington, el 11 de julio pasado (Jacquelyn Martin / Associated Press).

(Jacquelyn Martin / Associated Press)

Hay dos John McCain. El primero de ellos es la imagen bien preparada de las relaciones públicas, un héroe de guerra directo y de principios, que se opone al partidismo en favor de hacer lo correcto. El segundo John McCain, el sujeto tridimensional de la realidad, es un conservador partidario confiable, que ama la guerra y ocasionalmente dice cosas ligeramente críticas acerca de su propio partido. Durante la última semana, por cortesía y en favor de la elaboración de mitos nacionalistas, nuestros medios han estado abrumadoramente centrados en el primero, a expensas de la fidelidad a la historia.

Es fácil comprender por qué los expertos se cuidan o incluso elogian a McCain, un veterano senador de Arizona que fue recientemente diagnosticado con cáncer cerebral y permaneció como prisionero de guerra durante cinco años. Pero la exactitud importa más que la etiqueta.

Al igual que muchos otros han notado a través de los años, la carrera política de McCain ha estado marcada por discordantes cambios repentinos y principios maleables. Fue un fuerte oponente del programa de escuchas telefónicas de la NSA del presidente George W. Bush, hasta que lo apoyó. Defendió el impuesto sobre los bienes antes de criticarlo duramente. Se opuso vagamente a la tortura, pero socavó los esfuerzos legislativos para detenerla. Aceptó la privatización del Seguro Social antes de decir lo contrario; en dos ocasiones. Las posiciones evolucionan, eso está bien. Pero la mayoría de los políticos no construyen su marca sobre los principios, sólo para cambiar posturas de manera aparentemente arbitraria.

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Otro problema con la última ola de hagiografías de McCain es que son prueba de los bajos estándares que tenemos en la era de Trump. Después de su diagnóstico de cáncer, algunos expertos lo elogiaron por aquel momento, en 2008, cuando corrigió a una votante racista que llamó a Obama “árabe”. “No, señora”, le dijo McCain. “Él es un hombre de familia y decente”. El hecho de que McCain haya contrastado casualmente ser árabe con ser ‘decente’ -sin defender a los árabes como tales- pasó largamente ignorado. Los medios clasifican a los republicanos en una curva tan pronunciada actualmente que el ejemplo más básico de decencia común se toma como evidencia de una profunda valentía moral.

Tomemos, por ejemplo, el regreso ‘heroico’ de McCain al piso del Senado, el martes, para defender las tradiciones del recinto, las cuales -dijo- habían sido dejadas de lado por sus colegas, en su apuro por revocar Obamacare. Los medios en general, desde CNN hasta el Washington Post y ABC, enmarcaron este regreso como la última actuación de patriotismo, una defensa de la decencia impulsada por un “león del Senado”. Enterrada en estos informes, sin embargo, quedó la noticia de que, si bien McCain condenó la naturaleza cínica y partidista del proyecto, procedió a votar por cada medida que lo impulsó (votó en contra de un proyecto de ley de revocación parcial, que no habría reemplazado a Obamacare).

“Al votar por la moción de [el líder de la mayoría del Senado] McConnell, McCain participó precisamente en el tipo de cínica maniobra política partidista contra la cual se manifestó”, escribió John Cassidy, del New Yorker. Una vez más: está John McCain™, el vasallo de las relaciones públicas, y está John McCain, el leal perro fiel republicano; y una vez más, los medios se centraron en el primero para minimizar al último.

Uno de los mitos más difundidos es que McCain, como señaló la junta editorial del Washington Post recientemente, “defiende los derechos humanos”. Es un tropo que constantemente se difunde sin críticas; incluso por el mismo McCain, en un editorial de autopromoción que publicó en el New York Times en mayo pasado. Sólo hay un problema con esta sabiduría popular: es falsa.

Mientras que McCain condena ocasionalmente los abusos de los derechos humanos, generalmente lo hace cuando busca demonizar a aquellos que ya están en la mira de la agresión estadounidense; Rusia o Venezuela, por ejemplo. Y nunca ha hablado de una guerra que no le gustara, lo cual es un rasgo bastante inusual para un supuesto defensor de los derechos humanos.

Apasionadamente, McCain abogó por una invasión de Irak que causó entre 500,000 y un millón de muertes, y un bombardeo a Libia que convirtió al país en un refugio para los extremistas y los mercados de esclavos. Animó el ataque israelí de 2014 a Gaza, mientras cientos de civiles palestinos morían. Y quizás, con la mayor desvergüenza, continúa -hasta hoy- apoyando el asedio devastador y cruel de Arabia Saudita a Yemen, que se cobró más de 10,000 vidas civiles y provocó casi 600,000 casos de cólera. McCain se preocupa selectivamente por “los derechos humanos” cuando esto le permite sentar las bases para la agresión estadounidense, pero ignora deliberadamente cuando los EE.UU. o sus aliados están en falta.

Nadie quiere excederse con un octogenario que acaba de ser diagnosticado con cáncer, pero la historia se escribe mientras hablamos, y es esencial que ésta no sea coloreada con las gafas rosadas de los medios bipartidistas de los EE.UU. Aquellos sujetos a las políticas respaldadas por McCain en el país -entre ellos los millones que se verían afectados por la derogación de Obamacare- merecen algo mejor. Quienes están sujetos a su militarismo en el extranjero -desde Yemen hasta Irak- también merecen algo mejor. Las penurias de todos ellos son tan importantes como las del senador, y esos sufrimientos no deben ser ignorados en pos de la creación de mitos nacionalistas.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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